25.2.07

Darse, una manera cristiana de trabajar

Por San Alberto Hurtado, S.J.

"Comienza por darte. El que se da, crece. Pero no hay que darse a cualquiera, ni por cualquier motivo, sino a lo que vale verdaderamente la pena. Al pobre en la desgracia. A esa población en la miseria. A la clase explotada. A la verdad, a la justicia, a la ascensión de la humanidad, a toda causa grande, al bien común de su nación, de su grupo, de toda la humanidad.

A Cristo que recapitula estas causas en sí mismo, que las contiene, que las purifica, que las eleva. A la Iglesia, mensajera de la luz, dadora de vida, libertadora. A Dios, a Dios en plenitud, sin reserva, porque es el bien supremo de la persona, y el supremo Bien Común. Cada vez que me doy así, recortando de mi haber, sacrificando de lo mío, olvidándome de mi, yo adquiero más valor, me hago un ser más pleno, me enriquezco con lo mejor que embellece el mundo; yo lo completo, y lo oriento hacia su destino más bello, su máximo valor, su plenitud de ser.

Mirar en grande, querer en grande, pensar en grande, realizar en grande. En los combates de hoy, todo se trata a la escala del hombre y a la escala del mundo. No cuidarse de hacer carrera, sino de llenar su vida en plenitud. Ejercitar mi esfuerzo en los sectores disponibles. Tomar lo que no ha sido realizado. Se trata de servir. No se trata de recorrer solo una pista. Se trata de construir para uso de muchos un largo camino.

Al comenzar un trabajo hay que prepararlo pacientemente. La improvisación es normalmente desastrosa. El reflejo de la acción objetiva no se adquiere sino poco a poco, después de muchos tanteos, de muchas experiencias, de muchos fracasos. Amar la obra bien hecha, y para ella poner todo el tiempo que se necesite.

Las detenciones en el trabajo, por ejemplo las enfermedades son útiles, para poner cada cosa en su sitio, para volver a hallar las perspectivas. En ellas se realiza lo más fecundo del trabajo. Separado del ruido, lejos de los detalles, se puede mirar los problemas de más arriba y con más calma, se domina el problema; puede uno sacar las conclusiones de lo realizado, repensar los principios, darles una frescura nueva.

Pensar y volver a pensar. En cada cosa, adquirir el sentido de lo que es esencial. No hay tiempo sino para eso. La vida es demasiado corta, para perder el tiempo en intrigas. No tomar posiciones antes de conocer el problema. Evitar los juicios apresurados o apasionados sobre los hombres y sobre los acontecimientos. La suprema habilidad es la sinceridad. Muchos buscan no la verdad, ni el bien, sino el éxito.

Con frecuencia se enseña a los hombres a no hacer, a no comprometerse, a no aventurarse. Es precisamente al revés de la vida. Cada uno dispone, según su salud, su temperamento, sus ocupaciones, sólo de un cierto potencial de combate. No despreciarlo en escaramuzas.

Hay que embarcarse. No se sabe qué barcos encontraré en el camino, qué tempestades ocurrirán... Una vez tomadas las precauciones, ¡embarcarse! Amar el combate, considerarlo como normal. No extrañarse, aceptarlo, mostrarse valiente, no perder el dominio de sí; jamás faltar a la verdad y a la justicia. Las armas del cristianismo no son las armas del mundo. Amar el combate, no por sí mismo, sino por amor del bien, por amor de los hermanos que hay que librar.

Hay que perseverar. Muchos quedan gastados después de las primeras batallas. Nunca está uno solo ni en las horas de mayor soledad. Cuando se afirma la verdad, se quiere el bien, cuando se combate por la justicia, se hace uno de numerosos enemigos, pero adquiere también numerosos amigos. Otros a nuestro lado aman la verdad, el bien, la justicia.

No preocuparme de lo que digan. No perder el tiempo en discutir con los estetas, los críticos, los espectadores. Seguir mi camino. Construir. Escuchar pacientemente al que ha visto, al que ha construido. Alegrarse cuando alguien lo sobrepasa, cuando ve o va más lejos.

Saber que las ideas caminan lentamente. Muchos se imaginan que, porque han encontrado alguna verdad, eso va a arrebatar los espíritus. Se irritan con los retardos, con las resistencias. Estas resistencias son normales: provienen de la apatía, o de la diferente cultura, o del ambiente. Cada uno parte de lo que es, de lo que ha recibido. Para que acepte otro pensamiento es necesario que lo asimile, lo armonice con lo anteriormente adquirido.

No espantarse ni irritarse de la oposición. Ella es normal, con frecuencia ella es justa. Alegrémonos más bien que se nos resista y que se nos discuta. Así nuestra misión penetra más profundamente, se rectifica, anima y quien quiera que se vaya olvidándonos, después de haber reinventado o mejorado nuestro propio sistema, milita, quiéralo o no, a nuestro lado. Eso basta.

“Su obra está en crisis”, me dirán. Pero, amigo, una obra que marcha, tiene siempre cosas que no marchan. Una obra que vive está siempre en crisis.

Permanecer puro, ser duro, buscar únicamente la verdad, el bien, la justicia. Imponerse esfuerzos constantes para alcanzar estos objetivos. Ser simple, y empeñarse en permanecer simple. Creer todavía en el ideal, en la justicia, en la verdad, en el bien, en que hay bondad en los corazones humanos. Creer en los medios pobres. Librar con buena fe la batalla contra los poderosos. No buscar engañar, ni aceptar medios que corrompan.

Cuando el obstáculo es la oposición de los hombres, la mejor táctica, con frecuencia, es continuar su camino, sin cuidarse de esta oposición. Se pierde un tiempo precioso en polémicas, cuando sólo la construcción cuenta.

Los injustos ignoran la fuerza de la justicia. Se creen poderosos cuando basta que encuentren un solo hombre justo, para que todos sus planes sean descubiertos. Apenas encuentran un grupo de justos, deben batirse en retirada, pactar, o al menos tomar la máscara de la justicia.

Si la oposición viene de los hombres de buena voluntad, de los “santos”, de los superiores, verificar mi orientación, y si estoy marchando con la Iglesia, sacar el mejor partido de las circunstancias, sin armar ruido.

En todo apostolado habrá dificultades. Pertenecemos a la Iglesia militante, y nuestra vida está en “tensión”. El testimonio del apóstol tiene algo de violento. Sólo los violentos arrebatan al reino de los cielos.

Acuérdate que “se va lejos, después que se está fatigado”. La gran ascética es no ponerse a recoger flores en el camino. Hay más valor en soportar los acontecimientos, que en cambiarlos. El sufrimiento, la cruz es sobre todo permanecer en el combate que se ha comenzado a librar. Esto es lo que más configura con Cristo.

Hay quienes quieren desarrollarse pero sin dolor. No han comprendido aún lo que es crecer... Quieren desarrollarse por el canto, por el estudio, por el placer, y no por el hambre, la angustia, el fracaso y el duro esfuerzo de cada día, ni por la impotencia aceptada, que nos enseña a unirnos al poder de Dios; ni por el abandono de sus planes, que nos hace encontrar los planes de Dios. El dolor es bienhechor porque me enseña mis limitaciones, me purifica, me hace extenderme en la cruz de Cristo, me obliga a volverme a Dios.

El fracaso construye. Alegría, paz, viva la pena… y ¡viva siempre viva! Así es la vida… ¡y la vida es bella! No armar alharaca. No gritar. No irritarse. No dejar de reírse, y dar ánimo a los demás. Continuar siempre. No se hace nada en un mes. Al cabo de diez años es enorme lo hecho. Cada gota cuenta.

Darme sin contar, sin trampear, en plenitud, a Dios y a mis hermanos y Dios me tomará bajo su protección. Él me tomará y pasaré indemne en medio de innumerables dificultades. Él me conducirá a su trabajo, al que cuenta. Él se encargará de pulirme, de perfeccionarme y me pondrá en contacto con los que lo buscan y a los cuales Él mismo anima. Cuando Él lo tiene a uno, no lo suelta fácilmente.

Para este optimismo, nada como la visión de fe. La fe es una luz que invade. Mientras más se vive, mayor es su luz. Ella todo lo penetra y hace que todo lo veamos en función de lo esencial, de lo intemporal. El que la sigue, jamás marcha en tinieblas. Tiene solución a todos los problemas, y gracias a ella, en medio del combate, cuando ya no se puede más por la presión, como el corcho de la botella de champaña salta, se escapa hacia lo alto, se une a Cristo y en Él halla la paz.

La fe nos hace ver que cada gota cuenta, que el bien es contagioso, que la verdad triunfa.

Cuando un hombre se aparta de los caminos trillados, ataca los males establecidos, habla de revolución, se lo cree loco. Como si el testimonio del Evangelio no fuera locura, como si el cristiano no fuera capaz de un gran esfuerzo constructor, como si no fuéramos fuertes en nuestra debilidad. Nos hacen falta muchos locos de éstos, fuertes, constantes, animados por una fe invencible".

Citado por el Padre Álvaro Lavín, S.J., en "Padre Hurtado, Apóstol de Jesucristo. Su Espiritualidad", páginas 245 a 253.

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