Por San Alberto Hurtado.Nota: Extracto de un texto más largo, disponible en archivo “Documentos del Padre Hurtado”. Documento: s51y18b.
Ama a tu hermano
La idea que San Juan expresa con tanta fuerza: El que no ama a su hermano no ha nacido de Dios. Si pretende amar a Dios y no ama a su hermano, miente (1 Juan 4, 20). Esta idea hay que inculcarla: el corazón que se limita a amar solamente a Dios, sin preocuparse del prójimo, está engañado. Lo que se ha tomado por piedad es un egoísmo...
Miente el hombre que va cada domingo a Misa, pero no a la casa del pobre para socorrer su miseria; miente la mujer que no quiere pensar más que en el cielo y se olvida de las miserias de la tierra en la que vive; se engaña el joven que se cree bueno porque no acepta pensamientos groseros, pero que es incapaz de sacrificarse por el prójimo. Un corazón celoso de agradar a Dios debe cerrarse a los pensamientos malos, pero también abrirse a los que son de caridad... Santiago lo repite después de San Juan: “La religión amable a los ojos de Dios, no consiste solamente en guardarse de la contaminación del siglo, sino en visitar a los huérfanos y asistir a las viudas en sus necesidades”.
El cristiano es un hombre que sabe que tiene que amar a todo el mundo, y en este amor pone su confianza para la salvación de ese mismo mundo.
Nuestro amor es la esperanza más cierta de nuestro triunfo; y nada más que nuestro amor, sincero, abnegado, fundado en la justicia y coronado por la caridad.
El amor a todos ha de encender en nuestras almas el amor de Cristo: amor a los pequeños, y entre estos a los de alma mezquina más aún que a los de escasos recursos económicos, porque en ellos también hemos de reconocer la imagen del Maestro, por muy descolorida que esté.
Y este amor irá mucho más lejos que el amor que se contenta con la mera justicia. El amor cristiano supone la justicia, sin ella no hay amor verdadero, pero va mucho más lejos. Hay que dar al prójimo no sólo el bien externo y material que es suyo, sino algo mucho más profundo: su propia personalidad íntima. Entonces sólo comienza a amar cuando comienza a darse él mismo.
Y este amor del cristiano, semejante al amor del Maestro, debe extenderse a todo. Jesús llevó su amor hasta morir por nosotros... Al sólo enunciarlo pensemos si nuestro amor es de esa misma ley... ¡avergoncémonos de estar tan lejos, y pidamos fuerzas de amor verdadero! Por esto la señal del cristiano es la cruz, símbolo del amor.
Miente el hombre que va cada domingo a Misa, pero no a la casa del pobre para socorrer su miseria; miente la mujer que no quiere pensar más que en el cielo y se olvida de las miserias de la tierra en la que vive; se engaña el joven que se cree bueno porque no acepta pensamientos groseros, pero que es incapaz de sacrificarse por el prójimo. Un corazón celoso de agradar a Dios debe cerrarse a los pensamientos malos, pero también abrirse a los que son de caridad... Santiago lo repite después de San Juan: “La religión amable a los ojos de Dios, no consiste solamente en guardarse de la contaminación del siglo, sino en visitar a los huérfanos y asistir a las viudas en sus necesidades”.
El cristiano es un hombre que sabe que tiene que amar a todo el mundo, y en este amor pone su confianza para la salvación de ese mismo mundo.
Nuestro amor es la esperanza más cierta de nuestro triunfo; y nada más que nuestro amor, sincero, abnegado, fundado en la justicia y coronado por la caridad.
El amor a todos ha de encender en nuestras almas el amor de Cristo: amor a los pequeños, y entre estos a los de alma mezquina más aún que a los de escasos recursos económicos, porque en ellos también hemos de reconocer la imagen del Maestro, por muy descolorida que esté.
Y este amor irá mucho más lejos que el amor que se contenta con la mera justicia. El amor cristiano supone la justicia, sin ella no hay amor verdadero, pero va mucho más lejos. Hay que dar al prójimo no sólo el bien externo y material que es suyo, sino algo mucho más profundo: su propia personalidad íntima. Entonces sólo comienza a amar cuando comienza a darse él mismo.
Y este amor del cristiano, semejante al amor del Maestro, debe extenderse a todo. Jesús llevó su amor hasta morir por nosotros... Al sólo enunciarlo pensemos si nuestro amor es de esa misma ley... ¡avergoncémonos de estar tan lejos, y pidamos fuerzas de amor verdadero! Por esto la señal del cristiano es la cruz, símbolo del amor.
- Estos Escritos Espirituales de Alberto Hurtado puede solicitarlos al sacerdote jesuita Eugenio Valenzuela, escribiéndole a su correo electrónico kenoj@gmail.com.